Parece que las circunstancias cada vez se empeñan en obstaculizar el propósito de informar más positivamente y con optimismo sobre los temas de interés para nuestras comunidades.
La diplomacia desempeña un papel crucial en la construcción de relaciones internacionales que fomenten la unidad y la cooperación en lugar de la división.
Ahora, es una vergüenza ajena el sentimiento que nos embarga por las recientes situaciones de confrontación diplomática entre Estados Unidos y Colombia.
Siempre hemos enfatizado en que el tema migratorio es uno de los más sensibles y de los que más urgente tratamiento y solución requiere en el actual orden mundial. También hemos reiterado desde El Hispano la necesidad de atención que requiere la crisis humanitaria que persiste en el flujo y tráfico de migrantes de manera irregular. Además, hemos insistido en educar, informar adecuadamente y prepararse para afrontar los cambios que ya se veían venir.
Ahora con lo ocurrido, se ha añadido una nueva condición de tensión en las relaciones diplomáticas que no sólo aumenta el problema, sino que fortalece la controversia y la división entre quienes apoyan o se oponen a las nuevas políticas públicas para atender la crisis.

Quienes no conocen ni se interesan en la importancia de la Diplomacia para propiciar relaciones más pacíficas entre las naciones tanto en lo económico como en lo político, ignoran que un quiebre en las relaciones diplomáticas entre dos o más naciones pueden generar un conflicto internacional de gran impacto social para todos.
El mundo ahora lo que necesita es más unión, no más polos opuestos ni controversias interminables por poder en las que al final quienes sufren las consecuencias son los ciudadanos en general.
Una definición simple de Diplomacia la describe como un arte y una práctica de construir y mantener relaciones, negociaciones y acuerdos con tacto y respeto mutuo. La falta de sentido común y respeto entre los gobernantes puede ser evidencia de la incapacidad para gobernar y el poco interés por el verdadero bienestar en sus países.
Es eso lo que, como ciudadanos de dos naciones, la natal y la que nos acoge, nos genera ese sentimiento de indignación, de pena, de decepción y de incapacidad de aportar en una solución a una crisis donde una vez más, las diferencias separan más y la esperanza vuelve a convertirse en incertidumbre y miedo.

Hay protocolos en las relaciones diplomáticas que no se deben traspasar porque generan un ambiente de zozobra y poco optimista.
Lo más preocupante es que en medio de todo lo que está ocurriendo están las personas, sin importar de dónde vengan, cómo piensen, a quien apoyen, su estatus, si han delinquido o no. Cada intercambio de insultos y de ataques por las redes entre gobernantes es un detonante que puede aumentar los actos de odio, estigmatización y discriminación.
Es indignación y vergüenza lo que se siente ante las inexplicables decisiones de ciertos gobernantes que supuestamente nos representan, y que no atendieron oportunamente la crisis cuando sus ciudadanos decidieron entregarse en manos de traficantes por falta de oportunidades en su patria. Ser un buen gobernante y defender la soberanía es más que llamar la atención y volverse viral en las redes sociales con una imagen. ¿Dónde estaba ese gobernante cuando sus ciudadanos se embarcaron en la arriesgada travesía huyendo de las pocas posibilidades de bienestar en su país?
Un buen gobernante es el que defiende la soberanía de su patria brindándole a sus ciudadanos las mejores posibilidades para una calidad de vida y una convivencia saludable, estable, segura y en armonía. No más tráfico humano, que con los ciudadanos de ninguna parte se mercadea.
Omaira Martínez – Periodista colombiana
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Imagen: RevistaAbogacia