Que terminen pronto estas elecciones y que sea elegido quien debe ser por mayor cantidad de votos, es sin duda el deseo de muchos ciudadanos que han vivido una de las campañas a la Presidencia más intensas y polarizadas de los últimos tiempos.
En los últimos días, además de la desmedida descarga mediática de publicidad y testimonios insultantes, el irrespeto y el desprestigio entre los dos contrincantes y voceros de los dos partidos, otros dos aspirantes opositores a representar a los Floridanos en el Senado, se enfrentaron en un evento público, intercambiando ofensas e incitando a sus seguidores a atacarse verbalmente.
Escenas como esta son una evidencia del vergonzoso y patético escenario al que ha llegado la política en la actualidad.
La retórica del insulto ha reemplazado la argumentación racional. La contienda ideológica se da ahora en las redes, con memes y no con propuestas. La credibilidad se proyecta en cantidad de likes y no en votantes potenciales.
Ya la necesidad no es convencer sino persuadir.
El contrincante ya no es sólo un oponente, sino que es el enemigo. Ya la guerra es con palabras y no con argumentos y propuestas factibles. Ahora la contienda no es con debate argumentativo sino con enfrentamiento a gritos.
Es lógico que en las contiendas políticas debe haber disenso, desacuerdos, oposición, pero la batalla debe enfrentarse siempre con respeto, con argumentos y con hechos. Ese es el ejemplo que como gobernantes se debe dar a los electores y conciudadanos para ganar su confianza y credibilidad.
Contradictoriamente, en el mundo digitalizado donde parecería más fácil hacer debates racionales para convencer, la tendencia de las contiendas políticas actuales es confundir, mentir y dividir más a los ciudadanos.
En muchos países las leyes electorales sancionan a los candidatos que utilizan estrategias de marketing fundamentadas en el desprestigio e irrespeto de sus oponentes.
Así debería ser en este que es el país que más diversidad ideológica y cultural acoge.
Los delitos electorales son un riesgo para la integridad de las elecciones y debilitan la confianza de los ciudadanos en la democracia. Más allá de los fraudes o las violaciones a los derechos civiles, la represión o intimidación de votantes, también deberían incluirse límites para los candidatos.
La esencia del ejercicio de la ciudadanía es el poder votar, aprovechar los beneficios que otorga la ciudadanía y tener la oportunidad de ejercer un cargo de servicio público. Para eso precisamente es la política, para servir, para gestionar el beneficio común. Ser gobernante no es una función fácil por la que todos quieran competir.
El servicio público es un asunto de gran responsabilidad que requiere de preparación y un verdadero sentido cívico. Contrario a lo que muchos creen, cualquiera no es un verdadero político. Los políticos no surgen de un momento a otro, nacen con vocación y poco a poco, se van preparando para serlo.
Ninguna batalla o competencia se gana atacando, ofendiendo y subestimando al oponente.
El irrespeto es una de las armas más destructivas para ganar, y es una amenaza para la credibilidad y la confianza de los electores que están cansados de tanta retórica mezquina que ha degradado el debate político. A votar desde lo racional y no desde lo emocional.
Omaira Martínez
Periodista colombiana oma66co@gmail.com