Imaginarse 24 horas sin conexión a internet y ningún acceso a un dispositivo digital que permita conectarse a redes sociales, es una tragedia
Por Omaira Martinez Cardona – Periodista colombiana
Imaginarse 24 horas sin conexión a internet y ningún acceso a un dispositivo digital que permita conectarse a redes sociales, es una tragedia para los más de 4.760 millones de usuarios de redes sociales que hay en el mundo y representan el 59% de la población mundial, y el 92,3% del total de personas que pueden acceder a internet.
Quienes vivimos la transición a lo digital, aún nos sorprendemos de la dependencia que ha generado este mundo cibernético en la vida cotidiana y la subsistencia de las personas.
Según Digital 2022, un informe anual sobre redes sociales y tendencias digitales publicado por DataReportal en base a los datos de Global Web Index, los usuarios de las redes sociales a nivel global les dedican en promedio unas 2 horas y 31 minutos, siendo TikTok la más popular y en la que más tiempo se gasta.
Sin parecer anticuados o aumentar más la discusión sobre los efectos nocivos que genera en la salud mental la dependencia a las redes sociales, sí es importante llamar la atención sobre los más de 210 millones de personas que han sido diagnosticadas como adictas a las redes.
Este tipo de adicción es considerado un trastorno del comportamiento en el que un usuario utiliza las redes sociales y el dispositivo móvil que le permite acceder a ellas, de manera incontrolable.
Estas personas enfermas dedican una gran cantidad de tiempo y energía a consultarlas hasta excederse y no ser capaz de detenerse o reducir el acceso continuo.
Hay estudios que han dado una clasificación a las diversas maneras de convertirse en un adicto a las redes:
Hay quienes son adictos a la navegación, pasando largos periodos de tiempo rastreando diferentes plataformas sin un propósito específico.
Hay otros usuarios que requieren aumentar su autoestima recibiendo constante validación y aprobación de los demás en las redes mediantes los likes, comentarios u otras interacciones.
Algunos buscan autopromocionarse y tienen la compulsiva necesidad de publicar información personal para llamar la atención y ser reconocidos.
Sin desconocer las bondades que el mundo digital ofrece para facilitar la acelerada vida actual, es evidente que hay una sobreexposición al internet y una necesidad incontrolable de interactuar y saber de los otros y del mundo a través de las redes.
El continuo dilema está en el estrecho límite entre la necesidad de estar conectados y la dependencia adictiva.
Cada dinámica económica y social ahora dependen de la conexión a internet, pero siempre con el riesgo y la tentación de excederse en su uso, propiciando distorsión y falsedad en mucha de la información a la que se tiene acceso en este mundo digital que se ha convertido en una especie de bálsamo emocional.
Además de los vacíos que persisten desde lo legal y operativo en ciertas plataformas que propician la invasión de la privacidad, la creación de perfiles falsos y el hackeo para cometer suplantaciones y todo tipo de delitos cibernéticos.
Uso adecuado de las herramientas digitales
Aunque no hay que rehusarse al uso de internet, de las redes y las opciones que ofrecen, hay que educarse en el uso adecuado de estas herramientas digitales y dejar de subestimarlas en cuanto a los beneficios que tienen para movilizar, construir tejido social, informar más oportuna y responsablemente, y dinamizar el comercio y la economía.
Lo importante es no confundirse y dejarse enredar entre lo real y lo ficticio, para no terminar siendo androides.
Esa extraña sensación de que siempre estamos siendo vigilados y que hasta el más mínimo de nuestros secretos o actos pueden hacerse públicos, genera una constante incertidumbre e intimidación.
Hay mucho que debatir aún sobre los límites, alcances e impactos de las redes sociales en la evolución de la humanidad.
Algunos países ya han institucionalizado un día al año sin acceso a internet y redes sociales y otros, han optado por censurar y limitar el uso de sus ciudadanos a ciertas plataformas.
Asimismo, ya hay políticas públicas que limitan su uso en ciertas entidades del gobierno y centros de educación.
Lo que sí está claro hasta ahora es que este nuevo virus desde hace décadas está afectando ya la salud mental de sus usuarios, no sólo en la población jóven sino en todo tipo de edades, condiciones y entornos.
Todos estamos expuestos y somos vulnerables a dejarnos llevar por esta dependencia incontrolable. Por eso, imaginarse uno o varios días sin internet y acceso a nuestras redes es un verdadero drama que nadie quiere padecer en la actualidad.
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