Se realizaban manifestaciones y protestas, unas como en Colombia, en señal de oposición al actual gobierno
Mientras la semana comenzaba con la celebración del Día de la Tierra haciendo un llamado a reducir en un 60% la producción global de plásticos para el año 2040, en varios países, se realizaban manifestaciones y protestas sobre el derecho a protestar pacíficamente, unas como en Colombia, en señal de oposición al actual gobierno, y otras como las de los estudiantes de las Universidades de Columbia y de Yale apoyando a los palestinos, y en contra del apoyo del gobierno estadounidense a Israel.
Entretanto, aquí en Florida se reunían líderes de opinión y tomadores de decisiones en la cumbre de La Concordia de las Américas, un foro que fomenta el diálogo, la colaboración y creación de redes en torno a temas que afectan a América Latina, El Caribe, Estados Unidos y Canadá.
Este año en el encuentro se trataron temas como el crecimiento, sostenible, economía y fortalecimiento de la democracia desde distintos puntos de vista presentados por expertos, y quienes han liderado proyectos exitosos en estos temas.
El contraste de estos eventos sirve de marco para plantear la importancia de ir más allá de las marchas, manifestaciones y protestas que, aunque son una efectiva opción para generar opinión, para expresarse y movilizarse en torno a propósitos comunes, deben trascender hacía transformaciones reales, con resultados y hechos tangibles.
Asociarse para oponerse, protestar y manifestarse pacíficamente en contra de alguna decisión que afecta los intereses comunes, es un derecho al que muchos todavía temen.
Si bien marchar y manifestarse de manera pacífica es un mecanismo de participación amparado constitucionalmente en muchos países, cada vez es más utilizado como excusa para promover intereses ideológicos de ciertas organizaciones o grupos al margen de la ley que al final lo que logran es desestabilizar, dividir y polarizar más a la ciudadanía.
“Yo no sé muy bien porqué estamos protestando, pero decidí solidarizarme con mis compañeros”, respondió un estudiante universitario a un medio de comunicación local.
No se trata de desestimar el poder de las movilizaciones sociales para romper paradigmas, para evidenciar problemas y necesidades, pero tampoco se trata de protestar y oponerse sin convicción.
Es mucho más fácil salir en grupo a manifestarse que, de manera individual, tomar decisiones con convicción para transformar ciertas acciones que están afectando los intereses de todos.
Muchas de las movilizaciones actuales, terminan en acciones violentas que distorsionan el real propósito de unión y concertación para transformar estilos de gobernar.
Para cambiar la política de gestión de un país se requiere más que multitudinarias marchas.
Aunque la historia da cuenta de algunas movilizaciones de resistencia no violenta que trascendieron hacia el cambio de leyes y de sistemas de gobierno, también registra otras que, aunque batieron récord en asistencia, no pasaron de ahí, ni lograron generar cambios a nivel político.
Aunque este tema genera sensibilidad entre quienes proponen la desobediencia civil como estrategia para generar cambios, hay que informarse sobre los diversos mecanismos de participación, oposición y resistencia no violenta.
Es fácil dejarse incitar por quienes bajo la táctica disfrazada de generar un cambio promueven movilizaciones que no tienen el propósito de ser pacíficas.
Una verdadera revolución en la actualidad no se genera hostigando al oponente, violentando o infringiendo la ley.
Para llamar la atención y poner en la agenda pública, problemas que están afectando el orden mundial, siempre será más efectivo generar espacios de reflexión, diálogo y negociación que lleven a los gobiernos a tomar decisiones más acertadas.
oma66co@gmail.com
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