iQue alegría ver como los días pasan y pronto estaremos en navidad, celebrando el nacimiento del Divino Niño.
Claro, eso decimos y eso es lo que debemos hacer, y dígase que recuerdos debemos tener de nuestra querida tierra. De aquellas queridísimas celebraciones. Con nuestros preciosos antepasados que precisamente nos hicieron vivir momentos de felicidad.
¿Podría uno decir felicidad? Claro, claro que sí, eran épocas de niños, de inocencia, de nuestra infancia, de vida familiar, de celebrar tan maravilloso nacimiento que aun a corta edad hacía todo lo posible por rememorar cómo llegaba el niño Dios a nuestros hogares. En nuestro caso, en el hogar de nuestros padres y de nuestra preciosa abuelita, la madre Matilde.
Un pare. La madre Matilde, madre de 6 hijos, Magdalena, Inés, Pedro, Gregorio, José, Luis y Marcos. Recuerdo que la tía Magdalena tenía una envidiable panadería en Funza. Mí querida tía Inés, una sempiterna sastre, mi padre Pedro, José y Marcos en sus respectivas empresas de ebanistería, y Gregorio en la tipografía. Todos muy trabajadores, emprendedores y dueños de sus futuros.
Regresemos a los preparativos de la Navidad.
No los confundamos con el que la mayoría de padres de familia y sus niños celebraban. Generalmente con el máximo de regocijo, regalos con carritos de madera, balones de fútbol y muchos triquitraques, unidos con las reuniones familiares.
Nuestra Navidad era la celebración en nuestra casa.
Había que tener máximo cuidado con el uso de la pólvora, muy común en las familias. Para nosotros era completamente prohibido, pues allí mis padres tenían depósitos de madera, líquidos como el alcohol, la gasolina y el “thiner” para utilizarlo en la fabricación y terminación de los muebles. Por esa razón, nosotros no podíamos utilizar ninguno de ellos.
La que fuera la cocina tenía una estufa de carbón, ya fuera de servicio. Bueno pues esta no estaba fuera de servicio en Navidad, era allí donde nosotros armábamos el lugar del nacimiento del Divino Niño. Recuerdo como en aquellos tiempos era infalible una estufa de carbón con chimenea para que saliera el humo o la ceniza.
Bueno, para nosotros, con todo el conocimiento de niños y la guía de nuestra bella madre utilizábamos palitos de madera para crear una pequeña casita tan grande que saliera por el espacio de la ceniza. Luego ideábamos un lecho de viruta o aserrín para el descanso del niño Dios. Bueno ya teníamos todo listo para su nacimiento. ¡Faltaba algo! Ahora debíamos tener un “conjunto de música”, para tocar los villancicos. Qué tal el ¡Burrito Sabanero!
Éramos cinco niños, pero con el mayor no contábamos y menos para organizar nuestro “coro”, tres hermanos y una hermanita. Obvio que nosotros no sabíamos cantar, pero no faltaba nuestra inspiración para armar nuestro coro de villancicos con un par de ollas ya pasadas de moda y las tapas que al unirlas hacían el ruido delicioso.
En esta celebración tan especial como es la Navidad
Indefectiblemente nos íbamos a dormir alrededor de las 7 p.m. Ninguno de nosotros refunfuñaba por dormir temprano. Claro que a las 12 de la noche se celebraba la Navidad. Pero, ¿cómo, cuándo, quien? ¡Silencio! Alguien toca la ventana. ¿Pero quién podría ser aquella persona que se equivocó de casa? Nosotros no teníamos fiesta.
¡Qué equivocados estábamos! Nuestra bella abuelita, si la abuelita Matilde, venía con una jarra de chocolate, caliente como el solo, junto con panes y una caja de galletas Caravana, galletas que en ninguna parte podría faltar. De inmediato todos nos despertamos felices, la abuelita toda linda nos alegraba la noche. Creen ustedes que pasamos una navidad triste, no, nunca, no conocíamos otro medio de celebración y aun cuando lo conociéramos nosotros no lo tomaríamos en cuenta.
Dios nos había permitido estar en reunión familiar, esperando la llegada del Niño. Seguro llegó pero como estábamos ocupados con su celebración, no nos dimos cuenta a qué hora llegó. Regalos, no. Esta no era una época para regalos, era para agradecer a Dios precisamente lo que él nos había dado:
Chocolate con pan y familia, deleitándonos en su honor.
Por: Nelson Merchán-Cely
Imagen: El Hispano
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